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Gracias a su bajage literario, su experiencia como periodista y escritora y su gran facilidad para desenvolverse con la literatura, Bárbara Cruz es la artíficie de críticas literarias de varias novelas. A continuación, descubre algunas de sus críticas literarias.
Título: Cuentos Inacabados y otras historias
Autor: Javier del Tío
Editorial: Bubok Publishing S.L.
Año: 2020
Este libro habla de tu vecino de arriba. De tu cuñada. De ese señor que conociste en la playa durante las vacaciones. De tus compañeros de trabajo. Del camarero que te sirve un café todas las mañanas. De esa muchacha con la que coincides todos los días en el vagón de metro. De aquella prima a la que hace siglos que no ves. Este libro habla de ti. De tus sueños y tus pesadillas. De tus amores y tus desamores. Del lento y vertiginoso paso de las hojas del calendario, de las manecillas del reloj. De ese reloj de pared que, por cierto, te regaló una tía lejana y que nunca has sabido dónde colocarlo. Historias cotidianas y no tan cotidianas sobre esa cosa extraña que es el vivir.
Un dominguero que sufre una crisis existencial en mitad de su día de esparcimiento.
Una ruptura sentimental tan intempestiva como las cien anteriores, pero que esta vez tiene como protagonista a un colchón rojo.
Una comida de negocios que termina con un brindis, al mismo tiempo que en casa se masca la tragedia.
Estos son solo algunos de los argumentos que podemos encontrar en los 21 «Cuentos inacabados» de Javier del Tío. Una obra sencilla y muy cuidada que nos invita a adentrarnos en momentos puntuales de las vidas de sus protagonistas. Instantes congelados en el tiempo que nos hablan de situaciones cómicas, a veces absurdas, pero que también forman parte de esa cosa extraña que es vivir.
Precisamente por ello he querido hacer un alto dentro de mi sección de críticas literarias y dejar por un instante los thrillers para centrarme en historias más corrientes. Historias que están protagonizadas, como bien dice la sinopsis, por tu vecino, por tu amigo o por esa persona anónima con la que coincides todos los días en el vagón de metro.
Todas ellas son personas a las que vamos a poder espiar durante unos instantes, a lo largo de cuatro, cinco o diez páginas a lo máximo, para descubrir que incluso si las estamos viendo en situaciones poco corrientes no dejan de ser personas como tú y como yo.
Y esto es justo lo que más atrae de esta pequeña gran obra. Cómo con ella Javier del Tío consigue, gracias a un estilo sencillo, ameno, cargado de humor y con mucha, mucha ironía, revelar lo complejo a la par que excepcionalmente sencillo que es el ser humano. Y lo maravilloso, a la par que absurda, que a veces resulta ser la vida.
Pero además de ofrecernos la ocasión de ver cómo es la vida a través de los ojos y las experiencias de otras personas, también nos invita a reflexionar sobre las muchas cosas que pueden ocurrir en una sola vida. Y sobre lo mucho que esta puede llegar a cambiar, dependiendo de lo que hagamos en ella.
En concreto, lo hace con sus siete «otras historias». En esta sección nos encontramos con relatos un poco más desarrollados por el mayor número de páginas que se dedica a ellos. Y en estas historias descubrimos momentos que por mucho humor que sigan mostrando también son como una bofetada de realidad.
A saber. Un grupo de parroquianos de un bar que presencian a diario, impasibles, los malos tratos de un marido a su mujer, confiando en que tarde o temprano aparezca un héroe.
Un matrimonio cuya relación murió hace décadas, pero donde la propia monotonía no les deja ver lo triste y vacía que es en realidad su convivencia.
Una chica de curioso nombre que se ha pasado toda su existencia dejándose llevar por las circunstancias de su nacimiento, incapaz de tomar las riendas de su propia vida para hacer (o simplemente decir) lo que realmente quiere.
O una familia de turistas que, obsesionados por disfrutar de sus vacaciones, se niegan a ver la realidad que hay ante sus ojos. Incluso si esa realidad está cargada de dolor y de muerte. Porque esa no es SU realidad, sino la de «los otros». Y solo por ello es preferible fingir que allí no está pasando nada.
Aunque a veces estas y otras historias van a ofrecer situaciones curiosas, incluso bizarras, el sentido final no cambia. Y ese es el de hacernos ver que por muy peculiar, irónica o absurda que a veces pueda llegar a ser la vida, siempre tendremos la opción de elegir.
Optar por seguir siendo meros espectadores de lo que está ocurriendo, o pasar a ser protagonistas de esa maravillosa a la par que aterradora aventura que es el vivir.
Por todo ello esta pequeña gran obra, disponible en Bubok en formato ebook y papel, es perfecta para hacer un alto en el día a día. Para pararse un momento a disfrutar de estas curiosas historias, que son como un soplo de aire fresco en mitad de la vorágine de la jornada (y también de la soporífera rutina de la jornada), antes de seguir adelante con nuestro propio día a día.
Y si eso sucede tras haberse parado a pensar un poquito en qué es lo que queremos y anhelamos en la vida, lo que consideramos que es realmente importante, mejor que mejor.
Título: Rey Blanco
Autor: Juan Gómez-Jurado
Planeta
Año: 2020
ESPERO QUE NO TE HA YAS OLVIDADO DE MÍ.¿JUGAMOS?
Cuando Antonia Scott recibe este mensaje, sabe muy bien quien se lo envía. Tambien sabe que ese juego es casi imposible de ganar. Pero a Antonia no le gusta perder.
Despues de todo este tiempo huyendo, la realidad ha acabado alcanzándola. Antonia es cinturón negro en mentirse a sí misma, pero ahora tiene claro que si pierde esta batalla, las habrá perdido todas.
-La reina es la figura más poderosa del tablero -dice el Rey Blanco-. Pero por poderosa que sea una pieza de ajedrez, nunca debe olvidar que hay una mano que la mueve.
-Eso ya lo veremos-, responde Antonia.
EL FINAL ES SOLO EL PRINCIPIO
Ahora sí. Ha pasado poco más de un año desde que descubrí a Juan Gómez-Jurado y en tan breve período de tiempo he podido adentrarme en su universo de Reina Roja. Dos veces. La primera me sirvió para enamorarme de su forma de escribir y de sus personajes. La segunda, para comprender lo amplio que era en realidad ese universo literario -y que sigue expandiéndose-, capaz de atrapar a millones de lectores de medio mundo.
Llegado a este punto toca analizar con perspectiva el porqué del grandísimo éxito que sigue siendo Reina Roja. Eso con lo que todos los que nos dedicamos a escribir soñamos, pero que solo está al alcance de unos pocos.
Si lo pensamos detenidamente, nada de lo que sucede en «Rey Blanco», y por tanto en las obras que la preceden, es especialmente original. Tenemos a un villano de manual, tan inteligente como terrorífico, que da aún más miedo porque en él su sociopatía alcanza unos niveles desproporcionados. Hasta el punto de que no hace falta que haga nada sospechoso, como por ejemplo asesinar a una persona por el puro placer de saber que puede hacerlo, pues basta con que te mire fijamente con esos ojos de alfiler, sin mostrar un mísero sentimiento y, por supuesto, asegurándose de que no se arrugue su elegante traje.
Y como colofón tenemos que es extranjero, lo que le da ese tóxico exótico perfecto para ser «el malo de la historia». Un malo al que conocimos en «El paciente», al que perdimos la pista en «Cicatriz», pero que volvió a aparecer en «Reina Roja», apenas un par de líneas, pero ¡ay lo que emocionaron esas dos frases! Porque sí, ese villano de manual que tanto nos había enganchado, y eso que solo había aparecido en un par de escenas muy breves, por fin iba a tener en «Rey Blanco» el protagonismo que se merecía.
Efectivamente, ha sido ahora cuando hemos conocido eso tan esencial para construir un buen villano: sus motivaciones y objetivos. Y con ello hemos podido dibujarlo en nuestra mente de un modo más real. Aunque sin duda lo más sorprendente ha sido descubrir que pese a ser un personaje prototipo de los thrillers, ¡y pese a haber leído sobre él durante cinco libros!, nos hemos quedado con ganas de saber más.
Ahora bien, qué sería de un buen villano si no tuviera frente a él a un buen héroe. Y viceversa, por supuesto. El uno no puede existir sin el otro. Y porque el Sr. White, el Rey Blanco, es un villano como pocos, necesita de una pareja de héroes de excepción que le dé el contrapunto perfecto. En primer lugar, ella, la Reina Roja, la Antonia Scott que nos enamoró desde la primera página, y eso que no estaba pasando por sus mejores momentos, pues la pillamos dentro de sus únicos tres minutos al día en los que se permitía pensar en el suicidio (a estas alturas de la saga confío en que esto no se considere spoiler).
El caso es que pronto comprendimos que esa particularidad solo era una de las miles que la acompañaban, creando un conjunto único y raro de narices: su inteligencia superior a la media, su memoria fotográfica, su anosmia, su incapacidad para entender el sarcasmo, su librería mental repleta de palabras de otros idiomas… Todo ello hace que Antonia Scott se convierta en una especie de cebolla a la que tienes que ir quitando capas para llegar a comprenderla. Pero como cada una de esas capas ya es maravillosa en sí misma, tampoco te importa pensar que nunca llegarás a entenderla del todo. Porque te basta con saber que está ahí. Porque eres feliz simplemente sabiendo que Antonia Scott existe en este mundo.
La persona que mejor sabe esto es el inspector Jon Gutiérrez. Él es el Escudero de la Reina Roja. El fiel compañero que acabó haciendo de niñera a la fuerza, pero que al final de esta historia no se imagina estar en ningún otro sitio que no sea al lado de su Antonia Scott. Ahora bien, soy consciente de que dicho así parece poco, pues lo sitúa al nivel de un mero secundario que solo existe para que descubramos la grandeza de su compañero. Al estilo del Dr. Watson con Sherlock Holmes.
Sin embargo, Jon «no es que esté gordo» Gutiérrez, es mucho más que eso. De entrada, él fue el primer personaje al que descubrimos en «Reina Roja» y enseguida supimos por qué estaba allí. A diferencia de las otras piezas de ajedrez de la partida, él siempre ha ido con la verdad por delante, lo que es MUY de agradecer en una trama con tanto secretismo. Y en este final de partida se va a convertir, muy a su pesar, en el principal objetivo del Rey Blanco. Solo esto nos da una idea de que Jon NO es el aderezo de Antonia, sino que él es necesario para que exista Antonia. Para que queramos a Antonia. Porque si Jon adora a Antonia la mitad del día (la otra mitad está deseando matarla), quiénes somos nosotros, insignificantes lectores, para no pensar lo mismo.
Sandra, un doctor americano, Marcos, un científico loco, Mentor, una asesina a sueldo, Jorge, un embajador… Estos personajes confirman que en realidad nada de lo que aparece en el Universo Reina Roja es original. Y por favor, entiéndase esto desde el buen sentido y mi más sentida admiración.
Hace tiempo leí la obra «Cómo escribir relatos policíacos» de G.K. Chesterton. En ella este experto en el género, creador de los famosos «Relatos del padre Brown», comentaba que los personajes sacados de mafias rusas eran un tremendo error, pues demostraban una poquísima originalidad. Leer aquello me desanimó porque justo en ese momento estaba escribiendo una novela en la que aparecía algún que otro mafioso eslavo (breve paréntesis de autopromoción para animaros a leer esa novela, «Las dos caras de Zeus», disponible en Amazon), pero al final decidí dejarlo tal y como tenía pensado. Y cuando tiempo después descubrí que Juan Gómez-Jurado también apostaba por mafiosos rusos, la alegría que experimenté fue épica…
Fue justo entonces cuando recordé algo que siempre se cuenta en los cursos de escritura creativa. Y eso es que para conseguir una buena historia, más que lo que cuentas, importa el cómo lo cuentas. Porque muy difícilmente vas a escribir sobre algo que no se haya contado ya infinidad de veces. Y algunos ejemplos míticos de esta gran verdad los encontramos, por ejemplo, en «El Rey León», que en el fondo es una versión animada de «Hamlet», o en «Romeo Julieta», que no deja de ser otra historia de amor y desamor entre adolescentes.
En definitiva, ¿qué más da que muchas de las situaciones que aparezcan en esta trama ya se hayan visto de un modo u otro en otras novelas? A fin de cuentas, es un thriller. El hecho de que haya asesinos, crímenes y héroes que tratan de pararles los pies es lo que uno espera encontrar en esas novelas. Lo importante es el cómo se cuenta esa historia. Y cómo lo cuenta Juan Gómez-Jurado es la principal razón por la que me convertí en fan incondicional de este autor y mi ejemplo a seguir (para conocer más de su particular estilo os animo a leer la crítica de «Reina Roja», que podéis leer más abajo).
El caso es que al llegar a la última página de «Rey Blanco» te encuentras con que todos los personajes «secundarios» que han aparecido a lo largo de la saga (si queréis saber más de esos personajes secundarios, podéis leer la reseña de «Cicatriz») reclaman poderosamente nuestra atención. Casi al igual que los monos que aúllan en la cabeza de Antonia Scott. Porque sí, con esa última página conocemos el final de la historia de Antonia y Jon con el Sr. White. Pero ¿qué va a ser de las otras personas que hemos conocido hasta ahora? ¿Por qué no hemos sabido más del pasado de esas otras que ya no están, pero que son claves para entender al trío protagonista?
Estas son las preguntas que muchos nos planteamos cuando llegamos a esa última página de «Rey Blanco». Cuando sentimos esa especie de frustración porque pensamos que el final ha llegado demasiado rápido y que no nos habría importado que la novela se alargara unas 100, 200 o incluso 400 páginas más. Y precisamente eso es lo que demuestra que el final de esta historia ha llegado cuando debía hacerlo. Cuando la trama de «Reina Roja» ha llegado a su fin, pero con él se han abierto miles de puertas para mil posibles nuevos inicios.
Porque, al igual que ocurre con las noticias de un suceso trágico, en el que solo conocemos los hechos del crimen pero no lo que ha ocurrido antes ni después, con las novelas solo somos testigos de un breve período de tiempo. Qué ocurrió antes de esa historia o qué es lo que va a pasar a partir de ahora, como suele decirse, queda a la imaginación del lector.
No me avergüenza decir que por mi cabeza de escritora ya han pasado mil teorías sobre el posible pasado de ese científico loco que contribuyó a que Antonia sea esa fuerza de la naturaleza que es hoy. O que no me haya imaginado cientos de conversaciones entre Jon Gutiérrez y Mentor, o entre Antonia y la madre de Jon…
Ahora bien, llegado a este punto, y teniendo en mi mesilla de noche «Todo arde», que ya está calentando para salir, siempre queda la esperanza de que volvamos a encontrarnos con algunos de ellos. Aunque solo sea fugazmente. Pero lo justo para que al leer esa línea en la que se menciona, por ejemplo, a «una hermosa joven con una cicatriz bajo el ojo» o a «un científico tan viejo que tiene un pie en la tumba y el otro sobre una piel de plátano», sonreiremos, diremos «a ti te conozco», y disfrutaremos aún más de la lectura.
Leer siempre es un placer. Pero cuando lo que estás leyendo te regala momentos como estos, que van más allá de una trama que te engancha desde el principio, solo puedes decir: «Gracias, Juan, por estos momentos. Por favor, no dejes nunca de escribir».
Título: Cicatriz
Autor: Juan Gómez-Jurado
Ediciones B
Año: 2015
Simon Sax podría ser un tipo afortunado. Es joven, listo y está punto de convertirse en multimillonario si vende su gran invento -un asombroso algoritmo- a una multinacional. Y, sin embargo, se siente solo. Su éxito contrasta con sus nulas habilidades sociales.
Hasta que un día vence sus prejuicios y entra en una web de contactos donde se enamora perdidamente de Irina, con la inexperiencia y la pasión de un adolescente, a pesar de los miles de kilómetros que los separan.
Pero ella, marcada con una enigmática cicatriz en la mejilla, arrastra un oscuro secreto...
Los que ya habéis tenido ocasión de leer mis críticas de los libros de Juan Gómez-Jurado conoceréis las circunstancias con las que he llegado a la lectura de «Cicatriz». Así, la que en teoría es la segunda novela de una pentalogía (sexalogía con la llegada de «Todo Arde»), en mi caso se ha convertido en el último libro que he descubierto de este autor. Así que, para no repetirme demasiado -y porque hay mucho que contar de «Cicatriz»-, os invito a leer las reseñas de «Reina Roja» y «El Paciente» para entender la peculiaridad de esta serie de libros que puede disfrutarse de mil maneras distintas dependiendo del orden en que se hayan leído.
Por otro lado, y precisamente porque no quiero repetirme sobre quién o quién no aparece en los distintos libros del Universo de Gómez-Jurado, en esta ocasión prefiero dejar un poco de lado el argumento de «Cicatriz» para centrarme en algo clave de todas las obras que componen este peculiar metaverso literario: sus protagonistas.
Porque es en sus protagonistas donde reside el poder de atracción de estas novelas.
«Son personajes que no resultan indiferentes». Esta es una frase un tanto manida que se emplea para indicar que el personaje de un libro te ha enganchado, ya sea para bien o para mal.
Ahora bien, en el caso de «Cicatriz» esta expresión va más allá porque no se trata solo de que el protagonista te ha conquistado tanto que te da pena terminar de leer el libro. Lo que aquí ocurre es que TODOS sus personajes tienen tanta fuerza por sí solos, y están tan bien construidos, que ni siquiera me parece justo hablar de principales y secundarios. Dos términos que, todo sea dicho, nunca me han gustado porque simplifican demasiado el papel que desempeñan cada uno de esos personajes.
Y «Cicatriz» es el ejemplo perfecto de ello. Así, lo normal sería comentar que el protagonista de la historia es Simon Sax, un hombre que es la antítesis de cualquier prota de novela de misterio y acción que se precie, y precisamente por ello es imposible no cogerle cariño. Porque Simon, pese a que nos narra la trama en primera persona, no es ningún héroe y ni siquiera ha triunfado en la vida. Por el contrario, es un hombre que arrastra unos cuantos traumas de la infancia que lo han convertido en un antisocial al que le cuesta muchísimo relacionarse con los demás e incluso demostrar el potencial que tiene, y eso que es una de las mentes más brillantes en cuanto a programas informáticos se refiere.
Y como consecuencia de esa forma de ser, pero también por culpa de azares de la vida (qué sería de las novelas sin estas jugarretas del destino), Simon también es un hombre que acaba conociendo a Irina, una mujer fascinante como pocas. Ella es hermosa, inteligente, fuerte, misteriosa y, como colofón, lleva escrita la palabra «peligro» de una manera muy peculiar: en forma de pequeña cicatriz debajo del ojo.
De este modo, el hecho de que el título del libro haga referencia a la característica de un personaje que no es quien está contando la historia, ya nos indica que aquí casi lo de menos es la trama y lo verdaderamente importante son las personas que aparecen en ella. Personas que han dejado de ser anónimas porque de pronto les empiezan a ocurrir muchas cosas, les empieza a ocurrir la vida, y ese no deja de ser el origen de toda historia que merece la pena ser contada.
Ahora bien, dado que todos y cada uno de esos personajes están tan bien construidos, da igual si aparecen a lo largo de todo el libro o solo en dos capítulos -pero qué capítulos-, quiero detenerme un poco en cada uno de ellos para que veáis el placer que proporciona leer un libro en el que cada uno de sus protas, secundarios, terciarios o como se les quiera llamar atraen por sí solos.
Comenzamos por Simon porque él es quien sirve de hilo conductor en la historia. Y sí, de entrada podría pensarse que él es el típico prota que evoluciona y comienza siendo casi un don nadie hasta convertirse en el héroe oficial de la historia. Eso sí, evoluciona sin perder en ningún momento su identidad y ESA es la clave. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado con libros en los que esa obsesión por mostrar cómo el paria se convierte en héroe hace que parezca que estamos viendo a dos personas completamente distintas? Por supuesto, está bien que el prota evolucione, que se vea un antes y un después, el famoso «camino del héroes». Pero siempre que se haga con sentido, de manera lógica y habiendo transcurrido el tiempo necesario para poder ver esa evolución.
Esto es justo lo que ocurre con Simon y es precisamente eso lo que hace que haya más empatía con él. Porque su incapacidad para hablar con la gente y su inteligencia de cerebrito informático son la antítesis perfecta para los escenarios y las situaciones en la que va a acabar metido. Y ello va a dar como resultado situaciones MUY tensas a la par que desternillantes, lo que es fantástico. Un soplo de aire fresco para esos thrillers donde el héroe nunca deja de actuar como un héroe.
Oficiosamente ella es «la chica» de la historia, el «personaje misterioso» o incluso, si queremos, «la femme fatale» de la historia. A medida que lees no queda ninguna duda del prototipo de personaje que le toca representar. Pero a medida que lees empiezas a darte cuenta de que Irina también es la protagonista de esta historia, y no solo porque es quien le pone el título.
Cuando aparece por primera vez Irina, lejos de referirse a ella como «una mujer fuerte», así, bien escrito con todas las palabras, no vaya a ser que al lector no le quede claro que Irina ES la mujer fuerte de la historia, lo que Gómez-Jurado hace es mostrarnos esa fortaleza. Y además de una manera clara, directa y, lo que es mejor, sin la presencia de Simon.
Curioso, ¿no? Dado que el libro está narrado desde el punto de vista de Simon y que Irina es «la chica» de la historia de Simon, lo normal sería que todo lo que tuviera que ver con ella se contara desde el punto de vista de Simon, el prota oficial de la historia. Pero nada de eso… Porque lo que tenemos son a dos personas protagonistas de sus propias historias y las dos son igual de importantes. Y es gracias a ello que VEMOS, sin necesidad de que nos lo describan con todas las letras, que efectivamente Irina es una mujer fuerte. Y también comprendemos por qué es así. Tan condenadamente inteligente, misteriosa y peligrosa.
Es de este modo que, sin haberlo visto llegar, de pronto nos encontramos con dos historias en lugar de una. No con una principal en torno a la que se van tejiendo otras subtramas que permiten dar más color a las otras, que es lo habitual. Nada de eso. Aquí hay veces que llegas a olvidarte del propio Simon porque te ves inmerso en la historia de Irina y quieres saber más. Necesitas saber más de ella, da igual si lo que nos están contando no afecte mucho al protagonista oficial.
Ahora bien, decía que en «Cicatriz» hay dos historias en lugar de una… ¿O tal vez hay más?
¿Quién es el Afgano y por qué llevo leídos tres capítulos centrados en este hombre? ¿Por qué de pronto me cuentan lo que le pasó a Boris Moglievich de joven? Estas son algunas preguntas que pueden surgir cuando ya llevas buena parte de la novela y de pronto aparecen otros de esos secundarios oficiales (realmente serían terciarios, pues guardan relación con los secundarios).
Sin embargo, y de nuevo, con lo que nos encontramos son con nuevas personas que también quieren contar la historia que protagonizan. Y esa historia es tan brutal, está tan bien construida y permite comprender de verdad el porqué de su forma de ser, que al final dejas de preguntarte por qué se sigue hablando de este señor que, en teoría, solo ha aparecido para ayudar (o para intentar matar) a los protagonistas y secundarios oficiales. A fin de cuentas, para eso están estos personajes circunstanciales: para ser usados como herramientas que permiten que la trama continúe y que dejan de importar una vez han cumplido con esa función.
Esto es lo que habría pasado si ese terciario se hubiera descrito de manera superficial. Lo que en realidad suele ocurrir en muchas novelas. Pero podría decirse que Juan Gómez-Jurado tiene en demasiada estima a todos sus personajes, da igual qué puesto ocupen en la pirámide de «quién es quién en la trama».
Y es por todo ello por lo que creo que TODOS deben ser considerados protagonistas. Más aún cuando hay serias posibilidades de que en otras novelas sean los protas oficiales.
Esto es justo lo que me pasó con la pobre Irina. Yo la había conocido en otra novela del metaverso de Gómez-Jurado y en ese momento me sorprendió lo muy de pasada que se hablara de ella pese a ser, en teoría, un personaje importante de aquella trama. No diré qué libro fue para no destripar el final, pero sí reconoceré que en aquel momento ese detalle me decepcionó bastante, hasta el punto de que me pareció que estaba mal escrito el libro.
Hoy pido perdón por semejante blasfemia, ya que el error fue mío por haber leído las obras en el orden erróneo… Sí, volvemos al origen de esta reseña, pero es necesario para comprender la genialidad de lo que me ha ocurrido y lo que le va a pasar a toda la gente que ha empezado leyendo «Reina Roja» (y más que lo harán a raíz del estreno de la serie que adapte las novelas y que llevará por título, oh sorpresa, «Reina Roja»).
Pero no nos dispersemos y centrémonos en lo interesante: la consecuencia de haber leído las novelas en el orden erróneo y que al mismo tiempo demuestran la capacidad de Juan Gómez-Jurado. Y esa fue que cuanto más leía lo que le pasaba a Irina en «Cicatriz», más deseaba avanzar para terminar el libro y poder leer de nuevo ese otro en el que también aparecía. Un libro que YA me había leído y que en teoría no tenía sentido releer porque ya sabía lo que pasaba, pero que SABÍA que cuando lo leyera de nuevo iba a ser como descubrirlo por primera vez.
Y lo mejor de todo es que esa posibilidad siempre va a estar abierta. Y que si en «Cicatriz», por ejemplo, hemos conocido la historia de Simon, pero también se nos ha hablado de otros personajes maravillosamente construidos como Irina, el Afgano, Tom, Borys… hay muchas probabilidades de que volvamos a encontrarnos con ellos. Y cuando eso ocurra, da igual en qué libro, va a ser como reencontrarte con ese amigo (o enemigo) del que hacía tiempo que habías perdido la pista y del que es una gozada volver a saber de él.
¡No me diréis que no es maravilloso que un libro sea capaz de provocar algo así!
Y respecto a la trama en sí y lo que le ocurre a Simon y compañía… eso ya es otra historia. Para descubrirla, nada mejor que leer las obras de Juan Gómez-Jurado, en el orden que consideréis oportuno.
Título: La novia gitana
Autor: Carmen Mola
Editorial Alfaguara
Año: 2018
Susana Macaya, de padre gitano pero educada como paya, desaparece tras su fiesta de despedida de soltera. El cadáver es encontrado dos días después en la Quinta de Vista Alegre del madrileño barrio de Carabanchel. Podría tratarse de un asesinato más, si no fuera por el hecho de que la víctima ha sido torturada siguiendo un ritual insólito y atroz, y de que su hermana Lara sufrió idéntica suerte siete años atrás, también en vísperas de su boda.
El asesino de Lara cumple condena desde entonces, por lo que solo caben dos posibilidades: o alguien ha imitado sus métodos para matar a la hermana pequeña, o hay un inocente encarcelado. Por eso el comisario Rentero ha decidido apartar a Zárate del caso y encargárselo a la veterana Blanco, una mujer peculiar y solitaria, amante de la grappa, el karaoke, los coches de coleccionista y las relaciones sexuales en todoterrenos.
Una policía vulnerable, que se mantiene en el cuerpo para no olvidar que en su vida existe un caso pendiente, que no ha podido cerrar.
En «La novia gitana», de Carmen Mola, la intriga y los personajes repletos de secretos mantienen en vilo al lector desde el primer instante. No en vano se trata de elementos imprescindibles para conseguir un buen thriller, que en esta ocasión gira en torno al asesinato de Susana Macaya. Eso sí, ya desde el inicio ese crimen -otro elemento habitual en las historias de suspense- deja intuir el tipo de novela en la que nos estamos adentrando.
Porque Susana, la chica de raza gitana que estaba a punto de casarse cuando fue asesinada, lo hizo de forma especialmente atroz. Y, además, exactamente de la misma manera en que lo había hecho su hermana Lara siete años atrás, también en vísperas de su boda.
¿Qué había ocurrido? Porque en teoría el crimen de Lara y que conmocionó a toda la ciudad ya había sido resuelto, con su responsable cumpliendo condena desde hacía años… Sin embargo, la aparición de una nueva víctima hace que la policía se plantee si tal vez el supuesto asesino no es más que un pobre desgraciado que lleva casi una década encarcelado por un asesinato que no cometió. Y justo esa posibilidad es la que obliga a entrar en acción a la Brigada de Análisis de Casos: un grupo de policías tan especializado que incluso muchos agentes de la ley lo consideran un mito, pues se pueden contar con los dedos de una mano las personas que han tratado con él.
Y es que sus integrantes se encargan de resolver las investigaciones más complicadas, las que se han estancado o, como parece ser este caso, las que se cerraron de manera errónea. En otras palabras, ellos solucionan las meteduras de pata de los otros compañeros. Y al frente de ese selecto grupo tan misterioso como odiado (a nadie le gusta que le digan que lo ha hecho mal) se encuentra la inspectora Elena Blanco.
Elena Blanco es uno de esos personajes que atraen desde el primer instante por su peculiar forma de ser, rodeada de contradicciones. Por un lado, es la mejor entre las mejores -si no, no sería la jefa de esa Brigada en concreto-. Uno de esos policías que jamás descansa y que no parará ni un segundo hasta haber detenido a su sospechoso.
Por otro lado, es una policía que al salir del trabajo disfruta de pequeños placeres como ir al karaoke Cheer’s de la calle Huertas, beber una buena copa de grappa y cantar canciones de Nina, siempre en italiano.
Pero también es una mujer que arrastra unas cuantas experiencias traumáticas que la obligan a mantener las distancias con sus compañeros y a afrontar cada caso con un empeño casi obsesivo. Aunque lo mismo podría decirse de esas pequeñas rutinas que le gusta seguir en sus ratos libres, pero con las que no siempre parece encontrar placer, lo que las convierte más en obligaciones que en hobbies. Esto ocurre, sobre todo, con la última de sus manías, la cual realiza religiosamente cada noche al llegar a casa: estudiar los rostros que una cámara automática ha fotografiado de los transeúntes de la Plaza Mayor, lugar emblemático de Madrid donde tiene la ¿fortuna? de vivir.
Por qué sigue todas esas rutinas es solo uno de los muchos misterios que esconde Elena Blanco y que el lector deberá ir descubriendo poco a poco. Secretos que en un momento dado llegarán a afectar a su labor como policía, todo un crimen en una profesional de su talla, pero que en este caso consiguen mostrarla más humana y aún más interesante si cabe. Porque ¿a quién le gusta un sabelotodo que nunca se equivoca?
Es cierto que para darle a Elena ese toque más humano y empático es clave la presencia del subinspector Ángel Zárate, el otro gran protagonista de la historia, en este caso por casualidad. Y es que él fue quien descubrió el cadáver de Susana Macaya y quien está deseando resolver el misterio para sentirse por primera vez como un policía de verdad. Una forma de pensar más propia de un novato con ganas de destacar que, lógicamente, chocará de lleno con la de una Elena Blanco que ha conseguido llegar hasta donde está gracias a la constancia, el esfuerzo y muchos sacrificios.
En definitiva, ellos forman esa clásica pareja de personalidades opuestas que no están hechas para trabajar juntas pero que, según dictan los mandamientos del thriller, acabarán formando equipo. Y, por supuesto, otro elemento que no puede faltar en este thriller de manual es la sospechosa relación personal que existe entre los dos policías y la investigación que tienen entre manos. En el caso de Ángel Zárate es el hecho de que él conoce a gente relacionada con el antiguo caso de la hermana de Susana Moncaya; esa investigación que ahora la Brigada de Casos y su nueva jefa están poniendo en duda. Y en el caso de Elena Blanco…
La irrupción de la Brigada de Análisis de Casos sirve en cierto modo para elevar el caché de este thriller de manual. Así, en esta ocasión no nos encontramos con un investigador al uso, sino con un equipo secreto de súper expertos. Pero si a ello se suma el detalle de que a la inspectora Blanco le gusta moverse por escenarios de lo más castizos, tiene como resultado una mezcla de novedad y tradición bastante curiosa.
Asimismo, cabe destacar ciertos elementos que, al menos al principio, parecía que iban a jugar un papel clave en la trama, pero que sin embargo acaban pasando desapercibidos. Y entre ellos merece especial mención el hecho de que la víctima era de raza gitana pero su padre había querido educarla como paya para así alejarla de las malas influencias de su familia.
Sin embargo, pese a que este es un elemento crucial para el argumento, y de hecho es lo que da título a la novela, a lo largo de la misma se va diluyendo poco a poco en favor del GRAN protagonista de «La novia gitana»: la crueldad y el ensañamiento con el que se describen todos los asesinatos.
Y es que todos los crímenes que se relatan, y son unos cuantos, destacan por su detallismo a la hora de contar cómo murió y sufrió la víctima con el principal objetivo de dejar patente el ensañamiento de su asesino.
A priori esta crueldad no parece ser gratuita, ya que responde al deseo de mostrar los entresijos de la Deepweb, ese tenebroso mundo cuyos hilos parecen haberse entretejido con los de la vida y muerte de Susana Macaya. Ese mundo repleto de misterio donde resulta sorprendentemente fácil contratar a un asesino o poder ver en directo la tortura, violación y asesinato de personas inocentes.
Ese mundo oscuro a camino entre la realidad y la ficción, pues muchos hemos dudado de si no es más que una leyenda urbana. Tal vez porque a veces es más fácil imaginar que algo así no existe de verdad, a pensar que en realidad hay gente dispuesta a matar por dinero o, lo que es aún más terrorífico, a pagar auténticas millonadas para ver un asesinato en directo.
No hay duda de que es gracias a esa crueldad, en ocasiones más próxima a una película gore que a una historia de suspense, que las novelas de Carmen Mola han sido catapultadas hacia el éxito. Por gran repulsa que puedan causar los actos que se describen, y por mucho que queramos negarlo, cualquier ensañamiento arrastra consigo un morbo que forma parte inherente del ser humano y no hay duda de que “Carmen Mola” ha sabido utilizarlo a la perfección. Y como resultado nos encontramos con una novela en la que, por mucho que te horroricen ciertos fragmentos, no puedes dejar de leer el sufrimiento de esas personas.
Ya sea mito o realidad lo que aquí se describe (se han escrito ríos de tinta sobre las snuff movies y hay teorías al respecto para todos los gustos), lo que está claro es que el simple hecho de pensar que puedan existir grupos dedicados a secuestrar a personas para después matarlas en directo, es algo que siempre va a atraer.
Es ese deseo por conocer hasta dónde puede llegar la crueldad del ser humano lo que ha conseguido que muchos ávidos lectores devoren esta novela en cuestión de días. Y también lo que ha hecho que «La novia gitana» se convierta en un superventas capaz de traspasar las fronteras de las páginas para convertirse en serie (aquí puedes conocer más detalles).
Sin embargo, en mi opinión este gusto por lo macabro llega a ser excesivo. La crueldad y el sadismo son tan continuos, tan evidentes a lo largo de toda la trama, que acaban copando el interés de la historia en sí. Como consecuencia, el misterio, la intriga y la tensión que uno esperaría encontrar en un buen thriller acaban diluyéndose hasta el punto, incluso, de que el lector llega a olvidar que en este tipo de género el principal objetivo es averiguar quién cometió ese asesinato; no experimentar de un modo tan vívido cómo fueron los últimos instantes de esa persona asesinada.
¿Realmente hacía falta mostrar esa crueldad tan detallada y de manera constante? Puede que esta estrategia sirva para atrapar al lector apelando a esa tendencia hacia lo macabro, pero creo que también consigue quitarle calidad a la novela en sí. En cierto modo es como si el/los autores pensaran que la única manera que tienen de enganchar al lector a su historia es por medio del morbo, ya que no pueden ofrecerle un argumento intrigante por sí solo.
Toda una pena si tenemos en cuenta la cantidad de detalles y elementos que se presentan, ya sea sobre sobre las víctimas o los investigadores, a los que sí se les podría haber sacado mucho más jugo.
Título: El Paciente
Autor: Juan Gómez-Jurado
Editorial Planeta
Año: 2014
El prestigioso neurocirujano David Evans se enfrenta a una terrible encrucijada: si su próximo paciente sale vivo de la mesa de operaciones, su pequeña hija Julia morirá a manos de un psicópata.
Para el Dr. Evans se inicia una desesperada cuenta atrás cuando descubre que el paciente que debe morir para que su hija viva no es otro que el presidente de Estados Unidos.
Con su habitual maestría en la literatura de intriga, Juan Gómez-Jurado atrapa irremediablemente al lector. Una novela apasionante, emotiva e inquietante, que se desarrolla en 63 frenéticas horas, que no da respiro en su lectura y que plantea un dilema moral imposible que puede cambiar el curso de la Historia.
Un novelón imprescindible.
Esto fue lo primero que se me pasó por la cabeza cuando comencé a leer «El Paciente». Una lectura que llevaba tiempo esperando (ansiando sería la palabra correcta) tras haberme metido entre pecho y espalda la colorida trilogía de «Reina Roja», «Loba Negra» y «Rey blanco» en poco más de dos semanas.
Por supuesto, fue en ese mismo instante cuando recordé que la novela de «El Paciente» no era la continuación de esas obras, sino el punto de partida del conocido como Universo Scott. Y, por tanto, que el orden que yo había escogido para leer las novelas de Juan Gómez-Jurado no era el original… Un error del que me habría sentido más culpable sino fuera porque sé que no soy la única a la que le ha sucedido y, sobre todo, porque ese fallo iba a permitir que me adentrara en este universo con más ganas incluso que la primera vez.
Ahora bien, ¿quién es el Dr. Evans? Protagonista indiscutible de «El Paciente», en él tenemos a uno de los neurocirujanos más brillantes de Estados Unidos. Uno de esos hombres que se ha hecho a sí mismo y que ha conseguido ser el mejor entre los mejores gracias a unas buenas dosis de esfuerzo y constancia. Y es que David Evans nunca lo ha tenido fácil. Ni cuando salió adelante en una infancia dura donde las haya, ni cuando meses atrás un trágico suceso rompió la calma que creía haber encontrado en su familia. Pero por si esto no fuera suficiente ahora se encuentra con una más que difícil situación al descubrir que, para salvar a su hija, debe romper su juramento hipocrático y dejar morir a su próximo paciente. Un paciente que, para más inri, es probablemente una de las personas más poderosas del mundo.
Con esta premisa nos vemos inmersos en una carrera contrarreloj de 63 horas, que es el tiempo en el que transcurre la novela y, probablemente, también la media de lo que tarda el lector en devorarla. Y es que gracias al modo en el que Juan Gómez-Jurado nos lleva por ella la tensión, la intriga y el no poder parar de leer va a ser una constante desde la primera hasta la última página.
Narrada en primera persona desde el punto de vista del Dr. Evans, la elección de este narrador es perfecta para que el lector empatice con un personaje que no está ni mucho menos acostumbrado a afrontar situaciones de vida o muerte. Hasta ese momento su único temor era que se le muriera un paciente en la mesa de operaciones. Pero de pronto se encuentra ante la perspectiva de convertirse en un asesino porque, si no deja morir a «ese paciente», un sociópata egocéntrico donde los haya va a asesinar a su hija. Una dura dicotomía ante la que además tiene bien claro que, decida lo que decida, todo el mundo va a verlo como el villano de la historia.
Por ello ha decidido contar su historia en forma de novela, que es justo lo que el lector tiene en sus manos. Así es: Gómez-Jurado rompe la cuarta pared con una maestría envidiable, pero esta no es ni mucho menos la única estrategia que usa para engancharnos. Si con el uso del narrador en primera persona consigue que palpemos la angustia de un padre desesperado, gracias a las historias paralelas que van surgiendo a lo largo de la trama, perfectamente hilvanadas con la principal, vamos descubriendo pequeñas pinceladas de quién es realmente el Dr. Evans.
En ocasiones en forma de flashbacks, pero muchas veces a base de simples menciones que consiguen que el ritmo no se detenga en ningún momento, es con esas historias paralelas que descubrimos cómo ha llegado David a la trágica situación en la que ahora se encuentra, qué le ocurrió en el pasado o por qué las pocas personas que forman su círculo más cercano pueden convertirse en aliados o en enemigos que harán todo lo posible para que no cometa el asesinato que le han encomendado. Incluso si eso significa la muerte de una niña.
Como comentaba al principio, encontrarme con que el protagonista es el Dr. Evans en lugar de la pareja formada por Antonia Scott y Jon Gutiérrez (dúo que lleva la batuta en «Reina Roja», como podéis leer en la crítica que encontraréis en esta misma sección), supuso un duro revés para mí nada más comenzar la novela. También lo fue descubrir que ya no estábamos en Madrid, por lo que ya no podría sentir cómo acompañaba a su protagonista por calles tan familiares, pues esta vez el escenario elegido era Estados Unidos. Y, para terminar de pintar muy negro ese panorama inicial, el narrador escogido también cambiaba con respecto a las otras novelas.
Este fue probablemente uno de los factores que más dudas me suscitó, pues una de las cosas que más me gustó de «Reina Roja» fue el uso de un narrador sorprendentemente cercano que, más que contar lo que ocurría, parecía que directamente estaba acompañando al lector a medida que se sucedían los hechos.
En definitiva, demasiados cambios para mi gusto que hizo que comenzara a leer «El Paciente» con cierta reticencia, pues tenía la impresión de que iban a romper con la magia que esperaba encontrar con el nuevo libro de Gómez-Jurado. Al fin y al cabo, la principal razón por la que un lector repite autor y decide adentrarse en una nueva historia suya es porque le gusta lo que escribe y la manera en la que escribe. Por tanto, si parte de esa ecuación desaparece, es lógico dudar sobre lo que vas a encontrarte.
Ni que decir tiene que esas dudas dudaron algo así como página y media, pues eso fue todo lo que necesité para que la desilusión del primer momento fuera sustituida por la intriga de conocer una nueva historia trepidante. ¡Más aún!
Lo que sentí fueron casi escalofríos ante el camino que acababa de abrirse ante mí y que me iba a permitir redescubrir el Universo Scott.
Si ya es difícil mantener la intriga durante toda una novela de suspense, más lo es tener una trilogía (pentalogía en este caso) donde la trama se desarrolla a lo largo de varios libros y en todos ellos el interés no puede decaer. Ahora bien, si a esto le añadimos el pequeño detalle de que puedes leer los libros en distinto orden y, según cuál sea el que elijas, vas a experimentar el Universo Scott de distintas maneras, directamente estamos ante un caso entre un millón.
Así, los lectores acérrimos que descubrieron «El Paciente» nada más publicarse y desde entonces han leído todo lo que ha salido de la cabeza de Juan Gómez-Jurado, han conocido este Universo en el orden establecido. Sin embargo, los lectores que fuimos a por el bestseller del momento («Reina Roja») solo para descubrir que «El Paciente» y «Cicatriz» no son la continuación sino la precuela de esas novelas, nos encontramos con la posibilidad de volver a leerlas con mayor interés que la primera vez. Porque cuando lo hagamos seremos muy conscientes de que con esa segunda lectura vamos a descubrir muchas cosas que en la primera pasamos por alto porque ni siquiera sabíamos que estaban allí; que esos pequeños detalles que parecían ser anecdóticos en realidad estaban haciendo mención a una historia mucho más compleja de lo que creíamos.
Dicho así no parece que sea mucho, pero conseguir esto demuestra una capacidad creativa más que sorprendente. ¿Cuántas veces hemos leído un libro por segunda vez y nos hemos dado cuenta de errores en los que la primera vez no habíamos caído? Generalmente son pequeños fallos que muchas veces se escapan al control del autor porque escribir una historia, y más si es de suspense, es algo increíblemente complejo (lo digo por experiencia). Pero que en este caso nos encontremos justo con lo contrario y que con esa segunda lectura salga a la luz más información de la que descubrimos la primera vez es, como mínimo, digno de elogio.
Por ello no os quepa duda de que en cuanto termine de leer «Cicatriz» volveré a devorar «Reina Roja» y compañía para redescubrir el Universo Scott y, por supuesto, seguiré compartiéndolo.
Título: El libro negro de las horas
Autor: Eva García Sáenz de Urturi
Editorial Planeta
Año: 2021
Alguien que lleva muerto cuarenta años no puede ser secuestrado y, desde luego, no puede sangrar.
Vitoria, 2022. El exinspector Unai López de Ayala -alias Kraken- recibe una llamada anónima que cambiará lo que cree saber de su pasado familiar: tiene una semana para encontrar el legendario
Libro Negro de las Horas, una joya bibliográfica exclusiva, si no, su madre, quien descansa en el cementerio desde hace décadas, morirá.
¿Cómo es esto posible?
Una carrera contra reloj entre Vitoria y el Madrid de los bibliófilos para trazar el perfil criminal más importante de su vida, uno capaz de modificar el pasado, para siempre.
¿Y si tu madre fuera la mejor falsificadora de libros antiguos de la historia?
Siempre es un placer leer una nueva novela de ese autor que te enamoró desde el primer día. Más aún si con esa obra recuperas a un personaje al que ya consideras un amigo por ese cariño que le has cogido después de leer sus historias. Tras haber compartido con él no solo crímenes imposibles, sino también alguno de los momentos más trágicos y felices de su vida. Y eso es justo lo que ocurre con Unai López de Ayala, «Kraken» para sus admiradores, aunque ellos saben que a Unai no le gusta mucho ese apodo.
Pero cuando esa nueva novela es la continuación de una historia que parecía terminada y lo había hecho con un final aparentemente redondo, junto a ese placer también surge cierto miedo ante lo que te vas a encontrar. ¿Cuántas historias se alargan por ese afán de prolongar el éxito, para al final solo llevar decepción a los fieles lectores?
No voy a mentir. Ambos sentimientos de placer y miedo confluyeron cuando me hice con El libro negro de las horas, la última novela de Eva García Sáenz de Urturi. Escritora de la que me considero fan incondicional desde que leí su saga de Los Longevos.
Ahora bien, apenas leí la primera página, supe que el placer iba a ganar al miedo.
Una novela debe enganchar desde la primera página. Con tantos libros que se publican al día esta es una condición imprescindible para hacerse un hueco en el corazón de los ávidos lectores. Eva García Sáenz de Urturi siempre lo consigue y su última novela no es una excepción. Es, de hecho, con la que creo que más rápidamente atrapa al lector.
Y eso que con esta obra se partía, a priori, de una situación bastante tranquila. Con Unai retirado de su trabajo como perfilador de la policía de Vitoria y dedicado a una vida más sosegada como profesor. Además, al final de la trilogía de La Ciudad Blanca lo habíamos dejado disfrutando de una vida familiar tras años repletos de disgustos e incluso de intentos de asesinato. Por tanto, en cierto modo era de esperar que en esta ocasión la acción tardara en llegar. Para que así el lector pudiera conocer un poco de esa vida más sosegada y que tanto merecían unos personajes a los que hasta entonces solo había visto sufrir.
Por supuesto, basta leer las dos primeras líneas de la novela para descubrir que esto no va a pasar.
No es solo que El libro negro de las horas engancha desde la primera página. La clave está en que se consigue gracias a un personaje que hasta ahora no había aparecido, ¡que ni siquiera sabíamos que existía!, pero que guarda una relación directa con Unai… Quien tampoco conocía de su existencia.
Así, en lugar de ir a lo fácil y mostrar un crimen horrendo que solo un investigador como Unai puede desvelar, por lo que es necesario sacarlo de su merecido retiro (cuántas sagas de novelas policíacas comienzan con un hipotético «último caso»), Eva García Saénz de Urturi va a lo difícil. Y a donde sabe que más duele.
En concreto, se saca de la chistera a la mismísima madre de Unai, quien en teoría llevaba cuarenta años muerta y de la que hasta entonces no se tenía la más mínima referencia. Tan solo una ausencia total que, sumado al hecho de que para Unai su abuelo era una figura paterna imprescindible en su vida, hacía intuir que «simplemente» debió morir junto con su marido; tal vez en un accidente de tráfico. En realidad, daba lo mismo cómo hubieran muerto, pues lo único que importaba era que no estaban, lo que convertía a Unai en un gran policía que además era huérfano de padre y madre.
¡Qué equivocados habíamos estado los seguidores de Kraken! Porque no solo la madre de Unai sigue viva y coleando, sino que además se trata de una mujer única en muchos aspectos, incluido su nombre: Ítaca Expósito. Y justo así es como Eva García Sáenz de Urturi consigue llevar a Unai (y al lector con él) a un camino insospechado hasta entonces. Un tortuoso camino que, además, permite descubrir un mundo mágico y aterrador a partes iguales.
Existen muchos motivos para cometer un asesinato. Celos, venganza, dinero… Pero, ¿matar por un libro? Y si además se trata de un libro que ni siquiera parece existir, pues nadie lo ha visto jamás, resulta aún más sorprendente. Sin embargo, ese misterioso libro va a ser el móvil responsable de todos los crímenes que se cometen en El libro negro de las horas. Y estamos hablando de unos cuantos.
Pues bien, gracias a ese libro Unai va a adentrarse en el maravilloso mundo de la bibliofilia. Un mundo repleto de admiradores de libros antiguos, pero entre los que también hay personas obsesionadas por hacerse con esa rareza impresa; ya sea porque es un incunable, porque es una primera edición o porque se trata de un libro que nadie ha leído jamás. Las opciones son infinitas.
Aunque tal vez lo más sorprendente para el lector (y por supuesto para Unai) sea descubrir que ese afán de coleccionismo no siempre responde a la pura especulación. Que también hay bibliófilos obsesionados por hacerse con ciertos libros, únicos en el mundo, solo por el placer de saber que son sus dueños. Y con tal de conseguirlos están dispuestos a hacer lo que sea…
A grandes rasgos estas son las claves de la nueva novela de Eva García Saénz de Urturi. Una obra en la que el misterio y los crímenes van parejos al descubrimiento de ese mundo excepcional en el que habitan los libros antiguos. Y esto último es, precisamente, una de las razones por las que merece la pena leer todas sus novelas: lo muchísimo que se aprende con ellas.
Así, con la saga de Los Longevos se puede conocer más de la sorprendente profesión del arqueólogo. Y la trilogía de La Ciudad Blanca permite recorrer la maravillosa ciudad de Vitoria, junto con su historia y arte.
En el caso de El libro negro de las horas se abre al lector ese fantástico mundo, incluidos algunos escenarios imprescindibles del Madrid literario: el Barrio de las Letras con sus centenarias librería de viejo, la cuesta de Moyano junto al Retiro (incluida su célebre Feria del Libro) o el Instituto Cervantes y su sobrecogedora «Caja de las letras».
Sin embargo, hay algo que sí ha cambiado con respecto a sus anteriores obras. Algo a lo que tal vez no siempre se le presta atención y que considero otra de las grandes señas distintivas de Eva García Sáenz de Urturi: su narrador.
Tanto en la trilogía de La ciudad Blanca como en la saga de Los longevos y en Aquitania (novela con la que ganó el Premio Planeta) el narrador es equisciente y múltiple. Esto es, un narrador que permite situar al lector al mismo nivel que el protagonista, ya que este último descubre todo al mismo tiempo que el propio lector. Pero además ese narrador equisciente va cambiando en cada capítulo. De este modo, muchos capítulos están escritos en primera persona y desde el punto de vista de Unai López de Ayala, por ejemplo, pero otros lo hacen desde el punto de vista de otros personajes importantes para la historia.
De entrada, este tipo de narrador puede sorprender, ya que no es el más habitual, aunque seguro que los fans de Juego de Tronos lo conocen de sobra, pues George R.R. Martin es otro de los escritores que lo utiliza con maestría. Pero ¿qué tiene de interesante? Pues que gracias a él el lector puede saber lo que todos los personajes piensan y que no siempre dicen al resto de protagonistas. En otras palabras, sitúa al lector en una posición de poder con respecto al propio protagonista de la historia, pues llega a saber más que él. Y eso consigue crear aún más tensión e intriga, además de generar una mayor empatía con ese personaje en concreto.
Sin embargo, con su última novela Eva García Sáenz de Urturi ha optado por escribir todo en primera persona y desde el único punto de vista de Unai, pasando a la segunda persona para aquellos capítulos centrados en contar la historia de Ítaca. Y nada más descubrir este cambio admito que sentí cierta pena y hasta rabia. ¿Por qué no podía saber el lector lo que pensaba Ítaca, siendo este un personaje tan relevante en la vida de Unai? No era justo…
Ahora bien, conociendo la trayectoria de Eva García Sáenz de Urturi, quiero pensar que hay más de lo que parece a simple vista.
Así ocurrió cuando, leyendo Los Señores del Tiempo, última parte de la trilogía de La Ciudad Blanca, me reencontré con personajes que jamás habría esperado ver allí, lo cual me hizo especial ilusión (no digo más para no destripar la historia, pero quien haya leído todas sus novelas sabe perfectamente a qué me refiero).
Por tanto, ¿puede ser que los pensamientos de Ítaca estén siendo escritos ahora mismo para formar parte de una nueva novela que complete la historia que El libro negro de las horas ha iniciado? Por supuesto, esto es lo que todo fan de una historia en concreto desea: que nunca acabe.
Pero dado que en esta última novela se mencionan «ciertos detalles» muy de pasada pese a la gran relevancia que creo que tienen en la historia de Unai. Y que hace tiempo aprendí que «hipotéticos fallos» que parecen haberse colado en ciertas novelas de misterio en realidad están sirviendo para crear el engranaje de una historia aún más sobrecogedora, no pierdo la esperanza de que vuelva a ocurrir. Y que pronto conozcamos mucho más de lo que se esconde tras El libro negro de las horas.
Título: Reina Roja
Autor: Juan Gómez-Jurado
Editorial B
No has conocido a nadie como ella...
Antonia Scott es especial. Muy especial. No es policía ni criminalista. Nunca ha empuñado un arma ni llevado una placa, y, sin embargo, ha resuelto decenas de crímenes.
Pero hace un tiempo que Antonia no sale de su ático de Lavapiés. Las cosas que ha perdido le importan mucho más que las que esperan ahí fuera. Tampoco recibe visitas.
Por eso no le gusta nada, nada, cuando escucha unos pasos desconocidos subiendo las escaleras hasta el último piso. Sea quien sea, Antonia está segura de que viene a buscarla. Y eso le gusta aún menos.
Antonia Scott es, probablemente, la mujer más inteligente del planeta. Lo saben todos los que la rodean y lo sabe ella misma. Por eso Antonia es la responsable de resolver los crímenes más complejos que tienen lugar dentro del territorio español.
Para ello cuenta con el mejor equipo posible: hombres y mujeres expertos en criminalística, en anatomía forense y en hackeo dispuestos a ayudarla siempre que haga falta y sin necesidad de hacer preguntas. Y también sin necesidad de dar respuestas a los otros compañeros de las fuerzas de seguridad del país. Esos que nada más verla, antes incluso de que ella hable (es mujer de pocas palabras), comprenden que no es una investigadora corriente.
Sin embargo, Antonia Scott tiene un problema. Años atrás una tragedia trastocó su vida por completo y desde entonces ya no quiere trabajar. Casi ni vivir. Por eso «alguien» decide enviarle a Jon Gutiérrez: un inspector con una dilatada carrera a sus espaldas que también está atravesando momentos complicados. En su caso porque a veces le pierden las formas en su deseo por defender al inocente. Es lo que tiene ser policía, vasco y además homosexual.
Y cuando Jon conoce a Antonia... empieza a pasar de todo.
Hacer una reseña de una novela siempre es complicado. Más cuando esa obra es un thriller en el que hay secretos desde la primera página.
Es por ello que, en esta que ahora lees, no he dicho ni diré nada sobre quién es la víctima (o víctimas), sobre el posible asesino (o asesinos), ni sobre el famoso móvil por el que se ha cometido ese crimen (¿o tal vez han sido varios los motivos?). De hecho, tan importante es no hablar de todo esto que el escritor Juan Gómez-Jurado pide encarecidamente a su lector, al final de la novela, que «sigas guardando el secreto».
Y precisamente esa nota del autor ejemplifica muy bien lo que hace única esta novela con respecto a otros thrillers.
Sé que decir que nunca había leído una novela como esta suena presuntuoso; ¡quién ha podido leer todas las novelas escritas a lo largo de la historia! Pero lo cierto es que cuando aún no había llegado a la segunda página de Reina Roja ya sentía una especie de hormigueo que me decía que esta iba a ser distinta... Y eso, viniendo de una persona que devora tantas novelas de misterio y de asesinatos (y a una velocidad más rápida de la recomendada) que muchas veces las acaba mezclando, ya es decir.
Lo habitual es que en ese género literario se siga más o menos el mismo recorrido: un escenario en el que se ha cometido un terrible y estrambótico asesinato, un detective que debe resolver ese misterio (y que tiene unas cuantas rarezas), y una serie de personajes que irán apareciendo poco a poco a lo largo de los capítulos, todos posibles sospechosos del crimen.
En el caso de Reina Roja esto se cumple casi a rajatabla: el asesinato que se ha cometido tiene una escenografía merecedora de un Goya, Antonia Scott tiene unas cuantas y variadas peculiaridades (para empezar, memoria fotográfica y anosmia), y los secundarios que aparecen desde el instante en que ella debe resolver el crimen son tan variados como peculiares.
La respuesta es, en mi humilde opinión, el narrador.
Lo sé, suena raro. El narrador es esa persona anónima, invisible, que solo está ahí para contarle al lector una historia (salvo excepciones, claro está, como demostró la genial Agatha Christie). Su principal función es la de describir los escenarios donde transcurre la trama y servir de acotación entre los diálogos para que el lector no se pierda y sepa quién dice qué en cada momento. Pero en Reina Roja hace mucho más eso. Ahí el narrador se convierte en compañero del lector durante este viaje literario. Y un compañero de lo más ameno y divertido, he de decir, lo que acaba convirtiendo la lectura en toda una experiencia.
Pongamos algunos ejemplos. Que un narrador te presente a los protagonistas con un «Antonia es hermosa, pero no una belleza, no exageremos» o con un «a Jon le cuesta subir los tres tramos de escaleras, pero no es que esté gordo» sin duda llama la atención. No es muy habitual que el propio creador trate con esa familiaridad, en ocasiones rallando el insulto, a sus personajes.
Pero lo mejor es que ese compañerismo, casi camaradería que se crea entre el narrador y su lector, va a estar presente en todo momento.
Cuando presenta a un nuevo personaje y ya deja entrever que no se va a llevar bien con los protagonistas. Cuando en una escena en la que ocurren demasiadas cosas en un mismo segundo las describe por partes porque «es difícil contarlo todo seguido». O cuando se toma la libertad de dejar la explicación a medias porque «ya te lo he contado antes».
Esas apariciones estelares del narrador consiguen algo extremadamente complejo y tan de agradecer como es el hecho de que la lectura deja de ser un acto solitario. Y así ocurrió en mi caso particular. Daba igual que estuviera leyendo en el metro de camino al trabajo, mientras esperaba a que me atendieran el médico o en la tranquilidad de mi cama, en ningún momento tuve la sensación de estar adentrándome sola en ese mundo de asesinatos, interrogatorios y persecuciones. Una sensación que cualquier lector habrá experimentado.
Por el contrario, con Reina Roja sentía que a mi lado (sí, también en la cama) tenía a un narrador que no iba a limitarse a contarme una historia, sino que también la iba a vivir conmigo. Además, a vivirla partiendo de la ventaja de que él sabía todo lo que iba a ocurrir después (es lo que tiene ser el narrador), por lo que me iba a guiar poco a poco para que no me perdiera.
Todo ello me llevó a una situación muy peculiar. Y es que, más que seguir leyendo para saber qué iba a pasar después, sobre todo lo hacía con el afán de seguir escuchando a ese narrador. A ese amigo, ya casi confidente, que me iba a contar un montón de hechos curiosos y de tal modo que al final, sí o sí, iba a arrancarme unas cuantas sonrisas. Y conseguir eso en un thriller trepidante, pero que empieza con una persona pensando en el suicidio y con un asesinato espantoso, es como mínimo sorprendente.
Título: Todo esto te daré
Autor: Dolores Redondo
Editorial Planeta
Año: 2016
En el escenario majestuoso de la Ribeira Sacra, Álvaro sufre un accidente que acabará con su vida. Cuando Manuel, su marido, llega a Galicia para reconocer el cadáver, descubre que la investigación sobre el caso se ha cerrado con demasiada rapidez.
El rechazo de su poderosa familia política, los Muñiz de Dávila, le impulsa a huir, pero le retiene el alegato contra la impunidad que Nogueira, un guardia civil jubilado, esgrime contra la familia de Álvaro, nobles mecidos en sus privilegios, y la sospecha de que esa no es la primera muerte de su entorno que se ha enmascarado como accidental. Lucas, un sacerdote amigo de la infancia de Álvaro, se une a Manuel y a Nogueira en la reconstrucción de la vida secreta de quien creían conocer bien.
La inesperada amistad de estos tres hombres sin ninguna afinidad aparente ayuda a Manuel a navegar entre el amor por quien fue su marido y el tormento de haber vivido de espaldas a la realidad, blindado tras la quimera de su mundo de escritor. Empezará así la búsqueda de la verdad, en un lugar de fuertes creencias y arraigadas costumbres en el que la lógica nunca termina de atar todos los cabos.
Desde el primer momento Todo esto te daré fue una novela que me cautivó y con la que sentí ese luto que experimentamos muchos lectores al leer la última línea y comprender que ya no hay nada más. Que esa historia se acabó y toca decir adiós a unos personajes que hemos sentido tan cercanos que es como despedir a un amigo del alma.
Ya había leído la novela hacía no mucho, pero, pensando expresamente en hacer la crítica, decidí releerla. También por la curiosidad de saber cómo reaccionaría ahora que ya conocía la historia. Y es que bien podía ser que el recuerdo superara a la realidad (como tantas veces ocurre) y que, si tanto me había cautivado en un primer momento, se hubiera debido más al hecho de que la había leído en un momento especialmente oportuno (lo que también es bastante común), por lo que era probable que esta vez solo la viera como una novela más.
Sin embargo, su relectura solo ha servido para reafirmarme en la idea de que Todo esto te daré no es, ni mucho menos, una novela más. Principalmente, porque ni siquiera podría considerarse como una única novela, sino como muchas novelas en una sola.
Así, lo más sencillo sería decir que se trata de un thriller ambientado en Galicia, lugar donde ha fallecido el marido de Manuel Ortigosa en un accidente de tráfico; una aparente tragedia que en realidad oculta un asesinato, así como infinidad de mentiras y secretos acumulados durante décadas.
No obstante, incluso si esta es la premisa que se avanza en la propia sinopsis de la obra, apenas leídas las primeras líneas, se descubre que en esta novela se narran otras historias:
• La de una profunda relación de amor.
• La de la eterna división de clases sociales.
• Y la del propio proceso de escritura.
Analizándolas por separado parece imposible que todo proceda de la misma novela, pero así es. Y ese es precisamente uno de sus grandes aciertos: la capacidad de mostrar al mismo tiempo diferentes historias que confluyen y se retroalimentan unas a otras, consiguiendo sorprender a cada párrafo. Y todo ello con un estilo único en el que poesía y prosa se entremezclan, consiguiendo que el lector se recree una y otra vez en pasajes y frases cargadas de humanidad.
En principio esta sería la historia más convencional, pues no deja de ser la piedra angular de cualquier thriller que se preste: se ha cometido un asesinato, el de Álvaro Muñiz de Dávila, y toca desvelar el misterio. Sin embargo, enseguida aparece un detalle que lo cambia todo. Y es que el lector conoce ese crimen al mismo tiempo que Manuel, el marido de la víctima, y como si de su sombra se tratara, va a acompañarlo durante todo el proceso: desde que recibe la noticia y comienza a recorrer el tortuoso camino del duelo con todas sus fases (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), pero también cuando se da cuenta de que ese compañero de vida al que acaba de perder no es quien creía que era. Pues con cada detalle que descubre comprende que su querido marido le había mentido todos y cada uno de los quince años que habían compartido.
Esta verdad en un momento tan crítico sumirá a Manuel (y al lector con él) en una desazón que no puede controlar y que ni siquiera le permitirá llorar por ese ser amado al que acaba de perder.
«¿Cómo no voy a estar furioso si a cada paso que doy obtengo nuevas pruebas
de que el hombre al que creía conocer era un total desconocido para mí?»
De este modo, al dolor de Manuel se sumará la rabia, en ocasiones superándolo, lo que resultará especialmente sobrecogedor. No solo porque él es el marido de la víctima (y probablemente el pobre infeliz que ha estado toda su vida engañado), sino sobre todo por su forma de ser y de sentir.
Porque Manuel no es de los escritores que crean historias para que sus lectores se entretengan o aprendan o reflexionen sobre la vida. No. Manuel es de los que usan la palabra escrita para vaciar todo su ser, con la esperanza de poder superar de ese modo dolorosas pérdidas que le impiden avanzar. De los que no escriben con tinta, sino con lágrimas y sangre, porque con cada renglón están exponiendo su alma de tal manera que resulta desgarrador. Y la manera que Dolores Redondo tiene de exponer ese desangramiento del escritor es tan intenso que a veces llega a pesar más que la propia trama de la novela.
Reyes y sirvientes. Nobles y campesinos. Ricos y pobres. La historia de la literatura, y la propia Historia en sí, está repleta de instantes protagonizados por estos grupos sociales tan opuestos, pero que se necesitan el uno al otro para existir. Y según el punto de vista que se tome en cada novela, unos y otros suelen ser los héroes o los villanos.
En Todo esto te daré, usando la analogía de antes, lo fácil sería colocar en el papel de héroe al humilde escritor (si bien tiene poco de humilde, pues Manuel fue de los privilegiados que se convirtió un superventas con su primera novela) y en el de villanos a su familia política, los Muñiz de Dávila, poseedores del marquesado de Santo Tomé.
En este caso hay una sutil diferencia. Y es que no existe ese reconocimiento del otro. Aquí los Muñiz de Dávila, como los marqueses que llevan generaciones acostumbrados a estar por encima de los demás y que el resto del mundo los sirva -la mayoría de las veces sin necesidad siquiera de pedirlo-, van a actuar como si vivieran en un mundo propio. Peor aún: como si el mundo solo fueran ellos, porque todo lo que no forma parte de él (ya sean personas, animales u objetos) ni siquiera existe.
De nuevo, Dolores Redondo plasma esta realidad de tal manera que uno no puede por menos que sobrecogerse. Especialmente cuando esa falta de reconocimiento, además de mostrarse de manera cruel, también lo hace con total indiferencia. Y para una persona que lucha cada día por seguir adelante es casi peor ser consciente de que su sufrimiento no despierta pasión, ni tristeza, ni dolor, ni odio, sino la más simple y pura nada.
«No tuvo valor para abrir el libro y releer las dedicatorias
que había escrito quince años atrás para el hombre que llegaría a ama
hasta convertirle en su factor vulnerable».
Con estas palabras, Manuel Ortigosa, el escritor que acaba de perder a su marido, presenta de modo cruel y certero las consecuencias de amar con intensidad. De hacerlo de ese modo en el que, además de entregar el corazón y el cuerpo, también se entrega el alma, los sueños, el futuro y la seguridad.
Por supuesto, nadie quiere pensar que un día todo eso se acabará. Que una mañana como otra cualquiera, mientras escribes tu nueva novela, se presentará la Guardia Civil en tu puerta con gesto serio, lo que sabes -aunque lo niegues- que solo puede significar una cosa. Sin embargo, Manuel sí lo había hecho. Y precisamente por ello había optado por aislarse del mundo y encerrarse en su Palacio de Cristal -al que solo podía entrar por medio de la escritura-, alejándose de cualquier persona que pudiera ofrecerle tanto amor que también podría causarle un inmenso dolor. Pero entonces llegó Álvaro para cambiar su mundo, en teoría para bien... y cuando desapareció repentinamente le recordó que eso de aislarse de todos no había sido tan mala idea.
Álvaro. Un hombre más joven, guapo, inteligente y con un grandísimo carisma que nunca dejaba indiferente. Pese a ser la piedra angular de esta desgarradora historia de amor y dolor, es solo a través de los demás que el lector conoce a ese hombre capaz de dar tanto (y después de quitarlo), pues ya estaba muerto en la primera página del libro.
Este es un hecho clave que, sumado a los secretos y mentiras que dominarán buena parte de la novela, consigue que el lector experimente una desazón constante por querer saber más de ese hombre que incluso muerto, sigue causando tanto dolor en Manuel, al mismo tiempo que le gustaría seguir siendo ignorante; y es que todo hace intuir que la verdad no será placentera.
«Acaso la verdad solo lo es cuando nos muestra aquello que esperábamos ver?,
¿cuándo su revelación nos trae alivio frente al avance de la corrosiva incertidumbre? ¿Y si, en lugar de bálsamo en la herida, la verdad es un nuevo ácido más virulento todavía?»
La capacidad de Dolores Redondo para que el lector experimente esa mezcla de sentimientos por un personaje al que no se llega a «ver» es, sin duda, lo más impactante. Y es que el lector puede estar acostumbrado a sufrir y a reír con un personaje al que ha acompañado en sus aventuras, en sus amoríos y en los instantes más dramáticos de su vida. Pero que ocurra lo mismo con alguien al que ni siquiera ha llegado a conocer de manera directa, sino solo a través de lo que otros contaban de él, es asombroso.
Tal vez eso es lo que más contribuye al hecho de que terminar la novela no sea un trago fácil. Como decía al inicio, muchos lectores experimentan algo parecido al luto cuando terminan el libro y comprenden que no volverán a saber de esos personajes que tanto han llegado a querer.
En el caso de Álvaro Muñiz de Dávila, más que luto lo que el lector experimenta es cierta nostalgia por ese hombre del que no volverá a saber más y al que realmente no ha llegado a conocer... pero al que le hubiera gustado hacerlo.
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